Conflicto agrario: de dónde viene tanta bronca
Los cien días del paro agropecuario colaboraron para crear un clima de angustia social y para crispar los ánimos de una sociedad proclive a la furia. Las tomas de posición se filtraron en discusiones entre amigos, en el seno de las familias, en la calle.
Tres prestigiosos intelectuales –Nicolás Casullo, Hilda Sábato y Ricardo Sidicaro– aportan su mirada para tratar de entender qué procesos de fondo nos pusieron tan rabiosos.
HILDA SÁBATO, HISTORIADORA: "Hoy no hay actores sociales que puedan producir un golpe"
Pertenece a la misma generación de Cristina Fernández de Kirchner y se reconoce como parte de quienes abogan por la redistribución de la riqueza. Sin embargo, en su casa de Villa Devoto y a cara lavada, la doctora en historia y profesora titular de la UBA Hilda Sábato habla con indignación sobre el “manejo” del conflicto del campo por parte del Gobierno y lanza un alerta: según su opinión, los Kirchner están llevando adelante una estrategia de polarización peligrosa para la sociedad. Aunque afirma que puede haber algunos intentos desestabilizadores desde ciertos sectores, niega cualquier posibilidad de golpe de Estado.
¿Considera que en el conflicto del campo reaparecen disputas históricas no saldadas?
Este conflicto se podría pensar como un conflicto sectorial, es decir, como el reclamo del agro (independientemente de su heterogeneidad interna que es muy grande) a las políticas que se le imponen desde el Estado. Esto tiene una larga trayectoria en la vida argentina. Desde que la Argentina existe, el campo ha sido el principal sector de producción de divisas. No es el principal sector en términos de la generación del producto bruto y del empleo pero sí es un sector clave que provee las divisas para que funcione la economía. Como sector clave, siempre sus ingresos y su renta han estado en disputa, incluso en la época de los gobiernos llamados oligárquicos.
El otro punto es el problema político, es decir cómo este conflicto se manifiesta políticamente en una coyuntura determinada. Y en este sentido en este momento se ha definido la escena política en términos dicotómicos. Esto aparece expresado claramente en la frase de Néstor Kirchner, que ubicó de un lado al pueblo y del otro a la antipatria. La idea de representar un polo, lo legítimo, lo popular, que se confronta contra los otros que son los malos de la película, es decir la oligarquía, la antipatria. Se genera así una lógica política de amigo-enemigo que deja muy poco espacio para la resolución de los conflictos por la vía pacífica y donde muchas veces se termina recurriendo a la violencia.
¿Cuáles serían los riesgos de esa polarización?
Esa manera de interpretar el conflicto político tiene una larga historia que tuvo consecuencias y generó maneras muy complicadas de procesar los conflictos. Esto había cambiado y eso es lo tremendo de esta situación. El discurso del pluralismo fue una constante a partir de 1983, incluso con los Kirshner; entonces en una situación como la actual reducir la concepcion plural a dos polos antágonicos - el que no está conmigo está contra mí- tiene efectos gravísimos.
¿Cree que la reinstalación de esa vieja polaridad trajo aparejados términos que remiten a otros momentos históricos?
Sí, claro. Todo lo que conseguimos en la Argentina es muy precario en materia de democracia y pluralismo. Por eso es grave que desde el Gobierno se plantee esa dicotomía. Reproduce en cada uno de nosotros viejos tics. Sin embargo, hay sectores de la población que ya no quieren eso. Si bien parte de los cacerolazos y el malestar colectivo responden a una reacción contra un gobierno que por otras razones mucha gente puede impugnar, me parece que en parte esa crispación surge porque muchos ya no se identifican en esa dicotomía.
¿En qué otras épocas históricas hubo este grado de crispación actual?
No sé. Pero sí creo que es novedoso que a pesar de toda esta crispación y a pesar de lo que se ha dicho de un lado y del otro, no hay peligro de golpe. No hay actores sociales que puedan hacer un golpe hoy. Eso no quiere decir que no puedan generarse mecanismos desestabilizadores, pero eso es diferente a un golpe de estado. Otra cuestión que hay que resaltar es que las instituciones funcionan y en ese sentido esta remisión al Congreso es muy importante.
NICOLÁS CASULLO, SOCIÓLOGO: "Cayeron las hipocresías: la Argentina es racista, conservadora y muy impiadosa"
Con una enorme biblioteca de fondo y el escritorio tapado de libros, el prestigioso ensayista y sociólogo Nicolás Casullo subraya la idea de que a partir del conflicto del agro “reapareció la política” en las discusiones que se dan en la sociedad y que no hay posibilidad de consenso cuando existen dos posturas contrapuestas de país. Y explica que más allá de las retenciones, “empezó a discutirse la relación con el otro y las relaciones sociales” y “lo que uno es ideológicamente”.
Pareciera que la clase política ha vuelto a discutir en términos de amigo-enemigo como en otras situaciones históricas, ¿cree que este modo de debatir también aparece en la sociedad?
Todo el neoliberalismo y las variables que imperaron en los 80 y 90 fueron de una altísima hipocresía. La Argentina es racista, conservadora y muy impiadosa. Lo que ahora aparece es la caída de ciertas variables hipócritas y se va hacia conflictos más importantes y decisivos sobre qué país democráticamente se quiere. Y en esa confrontación se va perfilando lo que podríamos llamar un espacio de derecha, que puede transformarse en un partido de masas y que tiene sus fuerzas, sus intelectuales, sus ideólogos, sus medios de comunicación. Estamos viviendo una suerte de sinceramiento del país. Eso significa una confrontación en muchos campos, sobre todo de aquéllos que hablan de diálogo pero que en realidad están malversando la palabra porque para esos sectores de la derecha, consenso, diálogo, pacificación y unidad es que se haga lo que ellos quieren.
Más allá de los sectores políticos organizados, también hay un pronunciamiento respecto del conflicto por parte del ciudadano común.
Eso es importante y positivo. Pero el argentino siempre tomó posición. Ahora, cuando aparece el conflicto fuerte, en un subte, en una esquina o en una conversación con el portero se toma posición. Es indudable que en democracias acotadas por el modelo republicano institucionalista la política es vacía y está muerta. Hoy, reapareció la política.
A partir del conflicto del campo, hay una sensación de irritabilidad en la calle que parece exceder la discusión por las retenciones, ¿a qué cree que responde ello?
Este conflicto disparó confrontaciones de clase, raciales, de la memoria, y reapareció el peronismo y el gorilismo de una manera muy fuerte, definiendo a las personas en términos viscerales. Empezó a discutirse la relación con el otro y las relaciones sociales. Salvo cuando la discusión es muy específica, no se discuten las retenciones sino lo que uno es ideológicamente.
¿Las viejas categorías como peronismo y gorilismo sirven para definirnos en el contexto político actual?
Yo pensaba que “el peronista” y “el gorila” estaban en una suerte de extinción mucho mayor de lo que en realidad están. A su vez, reaparecen porque es una forma muy cultural y argentina de leernos socialmente, de leer valores, conductas y costumbres. Y si bien es una historia vieja, permite entender el país.
¿Esta clase de polarizaciones es típica del “ser” argentino?
Se da en otras sociedades, pero en la Argentina a partir de la gran crisis del 2001 está más a la orden del día. Hay una profunda ideología antipolítica que derraman los medios de masas. Desde esa perspectiva, el conflicto aparece mucho más agudo y radical.
Con el conflicto del campo también han aparecido comentarios de lectores en los sitios web de los diarios con un alto grado de agresividad y es posible encontrar carteles en la vía pública con insultos al “otro”, ¿cómo debería leerse esto?
El kirchnerimo tocó ciertos elementos que cayeron mal en un sector conservador de la sociedad. Tocó los 70, los derechos humanos, la no represión a la protesta popular y las variables de seguridad más cercanas a las posiciones a la centroizquierda. Por lo tanto, hay una reacción muy exagerada.
¿Piensa que este tipo de reacciones de los ciudadanos son algo pasajero, propio de la coyuntura actual, o que en realidad son la punta del iceberg de otras disputas más profundas?
Son parte de un debate más profundo que puede llegar a darse. Estamos en una coyuntura de metamorfosis y evidentemente los cacerolazos dan una idea de que hay un sector de la sociedad que quiere otra cosa. No hay que estigmatizar ni demonizar los cacerolazos, tampoco pensar ingenuamente que son producto de una espontaneidad absoluta.
¿De qué modo los medios influyen en los debates que hay a nivel social?
Los más concentrados, sobre todo de televisión y radio, han cumplido el papel de plantear la agenda de la derecha. Omiten lo que tienen que omitir y resaltan lo que pretenden resaltar. En ese sentido, han actuado como una suerte de neopartido de derecha. En un 90% hubo un bloque entre la protesta del agro y los medios diría que casi obsceno. Ahora aparecen pidiendo policías con estas cuatro o cinco carpas cuando estos mismos movileros y conductores se pasaron tres meses asistiendo a los cortes de ruta y nunca dijeron nada.
RICARDO SIDICARO, ENSAYISTA: “Sin instituciones, se pasa del conflicto al cuerpo a cuerpo”
“Los cacerolazos fueron una expresión de mucha gente antiKirchner pero también una manera de muchos de expresar su angustia y su miedo en la calle”, afirma el doctor en sociología y autor de Los tres peronismos, Ricardo Sidicaro. Pero aclara que “no son hechos políticos importantes”. Con un tono pausado y sin rodeos, señala que ante la ausencia de “partidos políticos consistentes”, los ciudadanos tienden a “autorrepresentarse” y que los medios “cumplen una función de desmitificación”.
¿Considera que el conflicto del campo rememora la vieja disputa entre la oligarquía ganadera y el peronismo de los años 40?
Sí, tiene mucho de recordar el psicodrama de eso con actores que son totalmente diferentes. Perón hubiese terminado muy rápido este conflicto, habría tenido más mano dura. Seguramente ni se hubiesen animado hacer una huelga agraria de estas características. La idea de que se iban a hacer transferencias de ingresos del agro hacia el mundo industrial y que con esto se iba a generar empleo e industrialización paralizó todas las protestas que tuvo el agro porque había un proyecto muy sólido y claro. Hoy no hay ese tipo de políticas.
Más allá del debate por las retenciones, ¿a qué responde el alto grado de exasperación que hubo estos últimos cien días en la sociedad?
La Argentina tiene desde hace muchísimos años una falta de legitimidad de las instituciones y de la clase política y cuando ocurre esto no es tan fácil ir separando todas las discusiones que se dan. Para algunos fue la posibilidad de cuestionar al gobierno kirchnerista; y hay que tener en cuenta que no hay partidos políticos para canalizar las opiniones. Además, hay cierta estética del conflicto que hace que se haya reavivado un poco la cuestión antiperonista. Y dentro de los que se movilizaron por las retenciones hay actores muy distintos. Hay un error en la estrategia del Gobierno en hacer un bloque con todos los actores. Algunos encuentran que está en peligro su supervivencia, como los que se expresan en la Federación Agraria; en cambio, la Sociedad Rural está defendiendo precios más altos.
¿Qué lectura se puede hacer de los cacerolazos de los sectores medios urbanos?
Los cacerolazos fueron una expresión de mucha gente antiKirchner pero también una manera de muchos de expresar su angustia y su miedo en la calle. Pero no son hechos políticos importantes. Es más, en una sociedad donde no hay partidos políticos consistentes y bien reconocidos es casi natural que salgan a autorrepresentarse las personas con un interés determinado. En el caso de la Capital Federal, la mayoría de los del cacerolazo son votantes de Macri que salieron a expresarse pero no salieron a defender sus intereses. Y no fueron tantos.
¿Qué papel han cumplido los medios en este debate público?
En las sociedades de la época actual, los medios cumplen una función de desmitificación de muchas cuestiones. Si no hubiese estado la televisión mostrando el palco del acto de Rosario, la gente habría creído que estaba la oligarquía defendiendo sus intereses. Pero cuando uno los veía saltar en la tribuna, eran más parecidos al vecino de al lado. Ahí, los medios cumplen una función de transparentar cuestiones que van en contra de las construcciones ideológicas muy cerradas. Hacen un espectáculo de las crisis permanentemente. También hicieron un espectáculo cada vez que los sectores populares quemaban cubiertas en la calle. Rompen lo mágico que sucede en la sociedad.
En este conflicto, la disputa no sólo se ha dado en el campo y en las calles con fuerza organizada sino también en el terreno discursivo, ¿cree que eso exhibe una batalla por la apropiación del sentido de viejos conceptos como el de “pueblo” y “antipueblo”?
Eso es nuevo. Eso hace a la naturaleza de los personajes. Quién es el pueblo se puede discutir cuando los sectores de Federación Agraria, los camioneros, etcétera arman estas formas de autorepresentación. Sin duda, entre los elementos mal manejados de este conflicto estuvo esta cuestión de no tener en cuenta la naturaleza de los actores que estaban en estas luchas. No se puede decir que Buzzi y De Angelli son la oligarquía.
Varios sectores políticos y sociales han apelado a la necesidad de construir consenso, sin embargo el ejercicio de la democracia implica la existencia de múltiples voces, muchas veces confrontadas. ¿Cuál es su opinión?
Sí, pero para eso es preciso que tengan más presencia las instituciones. Si las instituciones no tienen presencia, se pasa del conflicto al cuerpo a cuerpo y de ahí a la violencia. En la sociedad, lo que despertó temor es un conflicto tan largo, donde parecían no existir las instancias de negociación. Eso creó una especie de desazón respecto de lo que puede pasar. Hay un mal diagnóstico de lo que es la sociedad argentina por parte del poder político. Hace tanto tiempo que no hay política que los políticos perdieron la pericia para hacer política. (Por Gabriela Vulcano - CRÍTICA DE LA ARGENTINA)