La industrialización de petróleo y gas, círculo virtuoso del desarrollo
La Argentina posee la cuarta reserva de shale oil más importante del mundo y la segunda reserva global de shale gas. También cuenta con inmensas extensiones de alto potencial exploratorio en el mar -costas afuera de la Patagonia- y cuencas maduras aptas para la introducción de técnicas modernas de recuperación secundaria y terciaria. El potencial es enorme.
En este contexto, resulta menester que nuestro país se enfoque en un camino hacia la industrialización de la cadena de valor del sector, de manera de no caer en la trampa que provoca la primarización de la producción hidrocarburífera. La industrialización del sector genera un círculo virtuoso en el que crece toda la cadena de valor y se contribuye a generar miles de nuevos puestos de trabajo y millones de dólares en divisas a través de inversiones genuinas.
Dicho esto, ¿es necesario incentivar la producción de petróleo y gas para exportar, o producir para el mercado interno?. Muchas veces se cae en el error que propone esta falsa encrucijada, que nos lleva a pensar que son dos opciones excluyentes. La respuesta es todo lo contrario, ya que ambas se potencian. El crecimiento de la producción es una condición necesaria para potenciar el proceso de industrialización de nuestros hidrocarburos. Debemos incentivar la producción de petróleo y gas para que distintos proyectos de industrialización -como la producción de combustibles, productos petroquímicos y otros derivados-, puedan tener escala suficiente para ser competitivos a nivel doméstico y global. La mayor producción que alcancemos se traducirá en más competitividad y en mayores exportaciones para la Argentina.
El falso dilema de forzarnos a elegir entre una vía o la otra se advierte fácilmente al analizar experiencias de otros países en los que se priorizó sólo la producción para exportación. El resultado fue una industria exclusivamente volcada a la primarización de la producción que, poco a poco, fue socavando las cadenas productivas, las cuales desprovistas de inversión fueron descapitalizándose hasta su extinción u obsolescencia.
Veamos lo que ocurrió en México, que pasó de importar el 13% al 61% de su demanda de combustibles en sólo 15 años. Reconociendo este problema, las políticas encaradas por la actual administración del presidente López Obrador se han enfocado en priorizar la inversión en el downstream para procesar el crudo doméstico y abandonar la dependencia actual de los productos importados.
Otros países, en cambio, vienen trazando desde hace décadas una política virtuosa de industrialización de la cadena de valor del petróleo y gas. Es el caso de la “revolución del shale” en los Estados Unidos, gracias a la cual dicho país se convirtió en el mayor productor de petróleo del mundo y, por primera vez, pasó a ser exportador neto de petróleo. A partir del incremento de productos hidrocarburíferos se reactivaron industrias que habían emigrado al extranjero. Desde 2010 se contabilizan más de 340 proyectos en el sector petroquímico, entre aquellos que ya finalizaron y los que se encuentran en construcción y en etapa de planificación. Todas estas iniciativas llevarían el total invertido en el sector a los 203 mil millones de dólares. Según el American Chemistry Council, estos proyectos habrán creado hacia 2025 más de 757.000 empleos de manera directa, indirecta o inducida.
En la Argentina ya hemos emprendido ese camino. En 2019 el 92% del petróleo que produjimos se procesó en nuestro país. La industria hidrocarburífera local no es meramente extractiva, sino que forma parte integral del tejido industrial del país y contribuye a generar empleo genuino mediante inversiones estratégicas a largo plazo.
La provincia de Buenos Aires cuenta hoy con el 71% de la capacidad total de refinación de petróleo de todo el país. Es en esta provincia donde se produce casi todo el combustible que alimenta el parque automotor privado, industrial y agropecuario. Asimismo, nuestra industria manufacturera exportadora está íntimamente ligada a la industria hidrocarburifera a través del consumo de un sinnúmero de productos derivados del petróleo.
Una estrategia sostenida de industrialización de nuestro sector debería ser sólo el comienzo de una política energética exitosa. Necesitamos concretar nuestras aspiraciones con proyectos específicos y políticas públicas adecuadas. La ampliación del polo petroquímico de polibutanos, el proyecto petroquímico en Rio Grande, la planta de licuefacción de gas y la ampliación de la refinería de Axion en Campana, son algunos ejemplos de las grandes oportunidades de industrialización del sector en nuestro país. A medida que la producción de Vaca Muerta se incremente, sin duda habrá otros proyectos que surgirán de este desarrollo.
Adicionalmente, serán necesarias políticas que incentiven y brinden confianza, teniendo en cuenta la naturaleza de la actividad petrolera que obliga a realizar inversiones con una mirada a largo plazo. En un país muchas veces volátil como la Argentina, es entendible que garantizar las condiciones a futuro no resulte sencillo. Sin embargo, es prioritario que las condiciones macro de largo plazo y los precios del petróleo, del gas y de los productos derivados sean coherentes con las expectativas de inversión.
Debemos ser capaces de poder encontrar el equilibrio que satisfaga la política y la economía. Es sobre estas bases que nuestra industria se podría convertir en uno de los principales motores que traccionen la economía. De otra manera, el ejercicio de industrialización sufrirá de subinversión y nos llevará inexorablemente a la primarización de la producción y, eventualmente, a la caída misma de la producción como ha ocurrido en otros países con riquezas naturales similares a las nuestras. Como petroleros, venimos invirtiendo sostenidamente en nuestro país, creando empleo y contribuyendo a la construcción de nuestro tejido industrial. Muchas de las empresas petroleras están radicadas en el país desde hace décadas. Seguimos y seguiremos acá, dispuestas a apostar al desarrollo y a la industrialización de nuestro sector.
Por Marcos Bulgheroni
Fuente: Ámbito.com