La inflación y la recaudación no son buenas amigas
El propio jefe de ARBA, la agencia de recaudación bonaerense, ha admitido que los ingresos fiscales de la Provincia ya sufren por el interminable conflicto con el campo: 300 millones de pesos, calculó Santiago Montoya. Fue como aceptar que los costos de la contienda pegan en el bloque oficial, así el Gobierno pretenda imponer sus aires triunfalistas contra vientos y mareas.
Más que probable, seguro, también otros recaudadores provinciales perciben los mismos efectos. Sean compañeros de ruta o díscolos, es la realidad concreta la que empieza a presionar.
Sin embargo, aunque peligrosa, todos cuentan todavía con una aliada de hierro: la inflación. Se entiende, la inflación efectiva y no la que relata el INDEC, tal cual aparece visiblemente en las recaudaciones por IVA e Ingresos Brutos.
Ambos impuestos registran el crecimiento de la economía y los avances en el control de la evasión. Pero también se alimentan, y cada vez más, del incremento de los precios.
Ni la marcha del PBI, ni la eficiencia pueden explicar, por si mismos, que la recaudación del IVA haya trepado 40,6% en el primer cuatrimestre. Tampoco el 40% en Ingresos Brutos bonaerenses o registros parecidos en Córdoba, en otras provincias y la Ciudad de Buenos Aires: allí está, presente, el proceso inflacionario.
Para decirlo de otro modo: si los precios hubieran evolucionado el 8,9% anual que dice el índice oficial, ninguno de estos aumentos habría adquirido semejante magnitud. Registros del 40% sólo son compatibles con una inflación real arriba del 20%, contando lo que suman el crecimiento económico y la menor evasión.
Según análisis privados, con una variación como que la cuenta el INDEC el salto en las recaudaciones por IVA e Ingresos Brutos únicamente sería posible si el grado de cumplimiento fiscal estuviese próximo al 100 %. O sea, si hubiera casi desaparecido la economía en negro. Y como tal cosa no existe, vuelta a la explicación por el alza en los precios.
Pero es obvio que la sociedad entre inflación y Fiscos no puede perdurar eternamente, por la muy sencilla razón de que el contínuo avance de los precios haría crujir toda la estructura económica. En verdad, ahora mismo la sacude.
Ya pasa que ese fenómeno que espiraliza los ingresos también espiraliza los gastos presupuestarios. Cuestan más los bienes y servicios que usan los Estados -el nacional y los provinciales-, salen más caras las obras y, desde luego, sobrevienen las presiones por ajustes salariales.
Contener el proceso inflacionario antes de que los disloques y la factura política sean mayores, es responsabilidad indelegable del Gobierno Nacional. En el mientras tanto, los apretados presupuestos provinciales, algunos al borde del rojo o directamente en rojo, sienten el acoso de los mayores costos: se estiran pagos, postergan gastos y hasta se resignan inversiones imprescindibles.
Con la ayuda de los gravámenes al comercio exterior que no coparticipa con las provincias -incluidas las retenciones-, más las tajadas de impuestos nacionales que se queda desde los pactos de Cavallo, sin duda que la Nación la pasa mejor. Pero aun así, debe acudir a ese prestamista de última instancia que es Hugo Chávez y pagar tasas en dólares del 13% anual.
En cambio, unos cuantos gobernadores penan por la falta de financiamiento. Y tienen paradas emisiones de deuda ante las duras condiciones que se verían obligados a afrontar, acrecentadas ahora por la incertidumbre y su correlato, el aumento de las tasas de interés.
En este juego de penurias fiscales al otro lado de la General Paz y del Riachuelo y ciertas holguras propias, asoma la todavía frondosa caja oficial. Tal cual se ve en medio del conflicto con el campo, hay plata para los gobernadores aliados y se la retacea a los díscolos: lo de siempre, acomodado a las circunstancias que sean.
El punto es que también corren rápido los propios gastos del Estado nacional. Entre ellos, los enormes subsidios que se van en sostener el sistema energético, en ocultar deficiencias nunca de verdad reparadas: según algunos cálculos, largos 4.000 millones de dólares este año. Nada asimilable a un buen manejo de la situación, sino simplemente plata.
Pero está claro que la economía no puede vivir a los saltos o ser administrada sólo atendiendo el corto plazo. Así como tampoco la inflación puede ser aliada permanente de los fiscos, ni pretender que la batalla con el campo resulte inocua. Una evidencia de las indefiniciones acumuladas es la propia parálisis del Congreso, que lleva meses sin discutir una sola ley. (IECO)