POR LA SUBA DE LOS ALQUILERES

Las librerías independiente están en peligro de extinción

Como los koalas o los tigres de Java, las librerías independientes primero agonizan y, luego, se extinguen. Las razones del fenómeno se multiplican exponencialmente según la óptica, pero queda claro que se trata de un movimiento global que arrastra, al menos, una década tras de sí.

Ernesto Skidelsky, propietario de Capítulo dos, difundió los últimos días una "Carta abierta por la librerías independientes", donde desmenuza el estado de situación y se lamenta por el cierre de su local en Alto Palermo. "Suben los alquileres y las librerías independientes cierran", escribe Skidelsky como resumen de una situación aún más compleja que incluye conflictos con el impuesto al valor agregado y reproches a las grandes editoriales que no abren cuentas y exigen plazos de pago irrisorios.

"Al libro le cuesta cada día más mantener posiciones de primera línea en los centros comerciales y las grandes avenidas", apunta Ezequiel Leder Kremer, presidente de Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines (CAPLA). "Estamos siendo muy golpeados en el tema impositivo. Defendemos la exención del lector y del libro sobre el IVA pero pedimos que se nos exceptúe del tributo en toda la cadena de producción y comercialización.", concluye.

Como las librerías independientes se caracterizan por trabajar sobre catálogos editoriales más que sobre la inminencia de la novedad o el best-seller, sobrevendría a esta crisis una rápida desaparición de la diversidad bibliográfica que ha caracterizado a Buenos Aires durante la última mitad del siglo pasado. Por caso, una editorial argentina hoy aplica el mismo ratio financiero a un libro de Borges que a Abzurdah de Cielo Latini, golondrina de un solo verano que agotó ediciones y pasó rápidamente al olvido.

"Nosotros establecemos una relación directa con el cliente", dice Natu Poblet de Clásica y Moderna. "Nuestras recomendaciones son muy tenidas en cuenta. Ese es un plus que las grandes cadenas, por el momento, no pueden ofrecer", destaca.

Jorge González, de la cadena Yenny (que alguna vez fue propiedad de la familia Skidelsky) observa que luego de la última crisis económica, las librerías ocuparon "espacios físicos premium" que ahora ya no pueden sostener. De esta forma, para principios de 2008 las dos librerías que quedarán en el Alto Palermo tras las partida de Capítulo dos, reducirían su cantidad de metros cuadrados y, por consiguiente, su stock.

"La oferta editorial propone cada vez más espacio para las librerías, pero la industria inmobiliaria torna obligatorio achicarse. Si yo hoy tuviera ochenta metros cuadrados no podría tener el mismo surtido que tengo en doscientos", dice Skidelsky.

"Elegimos un modelo de librería que tuvo sus riesgos y que al mismo tiempo fue acompañado por los clientes", resalta Skidelsky que, si quisiera quedarse en el centro comercial, debería pagar el mismo alquiler que hoy por un local más pequeño y peor emplazado. "Me encontré con un interlocutor al que lo único que le importa es cuánto cobrar el metro cuadrado. Hablamos dos idiomas distintos", se queja.

"La venta de libros no ha caminado a la par del crecimiento de la tasa vegetativa poblacional", analiza Leder Kremer. "Más allá de que no se cuente con estadísticas confiables, esto parece -en principio- irreversible. Es difícil competir en las mismas condiciones con la venta de ropa."

Cierto es que mientras el libro permanece relegado a un sitio marginal, las librerías independientes deberán encontrar formas de subsistencia antes que convertirse en tristes koalas bajo el hormigón de las ciudades. (CLARÍN)

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