LAS MUJERES TRABAJAN MÁS Y COBRAN SÓLO EL 32,1 POR CIENTO DE LO QUE PRODUCEN

¿Y vos sos el que está cansado?

Por todas partes circulan relatos, discursos y también muestras concretas que hablan de los muchos “avances” de la mujer. Sin embargo hay un clásico de los clásicos en la relación entre hombres y mujeres que persiste, terco, en el interior de los hogares: el del reparto de las tareas domésticas. Todavía hoy son muchos los que no alcanzan a entender el cansancio y la rutina que genera el trabajo doméstico.

Si los hombres creían ganar la discusión hogareña, un estudio que realiza de modo permanente el Consejo Nacional de la Mujer demuestra de manera contundente que la carga laboral total de las mujeres es mucho mayor que la del hombre. También revela que las mujeres perciben ingresos por sólo la tercera parte del trabajo que hacen a lo largo de su vida. Del total de las horas que trabajan, el 67,9% es no remunerado. Es decir, sólo cobran por el 32,1% de lo que hacen.

María Lucila “Pimpi” Colombo es la presidenta del Consejo Nacional de la Mujer y del Sindicato de Amas de Casa. Además, es la responsable del más del millón de amas de casa jubiladas el año pasado. Colombo cuenta que fue después de un viaje que realizó a China, en 1995, cuando le surgió la obsesión de tomar muy en cuenta una de las recomendaciones de la IV Conferencia Mundial de la Mujer que se hizo en Pekín: que los Estados empezaran a “computar en pesos” el trabajo doméstico de producciones familiares, sobre todo en zonas rurales. Y es que todas las estadísticas mostraban que el trabajo de la casa estaba mayoritariamente realizado por mujeres.

Sigue siendo muy habitual que los hombres crean que las mujeres son “naturalmente” las encargadas de hacer el trabajo doméstico, “para eso nacieron”. Pero, por la fuerza que imprimen a sus nuevas responsabilidades, por las ganas de crecer, de estudiar, de independizarse económicamente, así como por las chances de conseguir trabajos fuera de casa, las mujeres han crecido rápido. Y hace tiempo que amenazan al hombre con tener que compartir algo que el hombre no quiere asumir: las tareas domésticas.

Junto a Alejandro Rupnik, un economista especializado en estadísticas, Pimpi Colombo consiguió que el Observatorio Urbano de la Ciudad de Buenos Aires facilitara un equipo de encuestadores.

En 1998 comenzó a trabajar en la revisión del trabajo presuntamente invisible que desarrollan las mujeres. El estudio, para obtener una muestra representativa, hace un fraccionamiento de la Ciudad de Buenos Aires en 253 zonas censales, acorde a la división histórica que realiza el INDEC.

“De cada fracción –dice Colombo– tomamos dos hogares, con lo cual llegamos a más de 500. Así, de cada hogar entrevistamos a todas las mujeres que viven allí desde hace 14 años. Fue el criterio metodológico de lo que nosotros llamamos Distribución del Uso del Tiempo”.

La muestra permitió entrevistar a 1.860 mujeres que dejaron conclusiones elocuentes. El informe revela que las mujeres perciben ingresos por sólo la tercera parte del trabajo que hacen a lo largo de su vida. Es decir que del total de horas trabajadas, el 67,9% es no remunerado.

“Trabajamos 100, pero sólo cobramos por 32,1%”, dice Colombo. Además el estudio tomó en cuenta cuatro variables posibles de trabajo femenino en las que las mujeres siempre pierden: el sueldo promedio, el sueldo de una empleada doméstica, el ingreso por especialidad (cuánto cuesta el trabajo de cuidar a los chicos, a personas enfermas o el lavado en términos de horas pagadas a una lavandera, a una enfermera, a una niñera) y el costo de oportunidad, es decir, lo que se pierde de ganar una mujer, según su capacitación y sus oportunidades, cuando permanece en su casa sin remuneración.

Con cualquiera de las cuatro variables se llega a la misma conclusión: el trabajo no remunerado de las mujeres, una vez medido en dinero, adquiere un peso más que importante.

Ellas producen una vez y media más que el trabajo remunerado de los hombres. Más exactamente, producen el 60% de los bienes y servicios que consume la sociedad, mientras que los varones perciben a su vez el 61% de la remuneración total. Lo que queda es apenas un 39% de los salarios para el mayor esfuerzo femenino.

En las curvas de mi vida. El estudio también revela procesos habitualmente invisibilizados que tienen que ver con los ciclos en la biografía laboral y vital de la mujer.

Esa curva se hace más pronunciada entre los 20 y los 50 años, cuando se produce el mayor incremento de trabajo remunerado y no remunerado. Recién a partir de los 50 empieza a bajar. La disminución del trabajo se produce a los treinta y pico, cuando las mujeres tienen que dedicarse a sus hijos, y después de los 65 años. Pero nunca desaparece.

En el día a día, puede que el trabajo remunerado baje en picada los sábados y domingos. Pero el no remunerado aumenta, porque las mujeres aprovechan –o se ven obligadas– para hacer las tareas de la casa postergadas en la semana.

“Hace cien años peleábamos por el descanso dominical –dice Colombo–, pero el mercado nos volvió a ganar. Hoy, en los shoppings y supermercados que permanecen abiertos los domingos las personas que atienden son trabajadoras, en su mayoría mujeres que no pueden estar con su familia.”

Cuando se trata de contabilizar en pesos concretos, la encuesta concluye que el trabajo remunerado de los varones equivale a 11 millones de pesos, mientras que el de las mujeres significa siete millones. Pero cuando se suma el trabajo no remunerado del ama de casa hay que incluir 10 millones más. O sea que el total del trabajo femenino implica una cifra de 17,3 millones de pesos.

En qué no se nos va el tiempo. La presidenta del Consejo de la Mujer complementa estos cálculos con otra herramienta comparativa derivada de la ley 1168 sancionada por la Legislatura porteña: la Encuesta de Uso del Tiempo, que brinda información sobre el tiempo que las mujeres y los varones dedican al trabajo para el mercado, al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, y a otras actividades.

A septiembre de 2007, uno de los resultados más llamativos es éste: “Ellas dedican tres horas al trabajo doméstico para el propio hogar, una hora al cuidado de niños y adultos del hogar y dos horas tres cuartos al trabajo para el mercado. Los varones, en cambio, dedican en promedio cinco horas y cuarto al trabajo para el mercado, poco más de una hora al trabajo doméstico para el propio hogar y menos de media hora al cuidado de niños o adultos del propio hogar”.

Difícilmente el trabajo de la mujer se compense con el “¿Te doy una mano con los platos?”. En la página web del Consejo Nacional de la Mujer (www.cnm.gov.ar) se publica diariamente una encuesta que responden las propias mujeres.

De las respuestas se pueden extraer conclusiones tales como que las mujeres ocupadas tienen once horas y media diarias de trabajo sumando el que se hace fuera y dentro de la casa. Esos resultados aparecen cuando se va sumando el tiempo empleado en cada trabajo: tareas de administración del presupuesto familiar, de socialización de niños (los deberes, reuniones de padres, llevarlos y traerlos del colegio, darles de comer, jugar, consultas con el médico y el dentista, etc.), limpieza, costura y preparación de alimentos, atención de parientes enfermos. Y todavía faltan las tareas de reparación y mantenimiento de la vivienda, el cuidado del jardín o animales domésticos, pago de facturas y demás trámites, largo etcétera.

“Hacer visible la tarea doméstica, ese mundo tan exclusivamente femenino –dice Pimpi Colombo– no es solamente una reivindicación de las mujeres, es apuntar a la construcción de una sociedad diferente. Hace falta que las negociaciones en el interior de las parejas sean distintas. Pero mucho más que eso, hacen falta nuevas políticas de equidad.”

Casi sin respiro

Mabel tiene 44 años, es profesora de yoga y trabaja como empleada administrativa en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Llega a la oficina a las 9 de la mañana, pero su día empieza bastante más temprano.

Se levanta a las 6 para comenzar con los quehaceres de la casa y dejar todo más o menos en orden hasta las cinco de la tarde, cuando vuelve del trabajo y tiene que retomar las otras tareas que le quedaron pendientes: cuidar a su suegra, sacar a pasear a la perra, ayudar a los chicos (Milton, de 22, y Karen, de 17) con las cosas del colegio o la facultad. Dos veces por semana dicta clases a domicilio y toma un curso de perfeccionamiento en la Federación Internacional de Yoga.

Hace un tiempo dirigía a un grupo de 40 boy-scouts pero tuvo que dejar eso que hacía por falta de tiempo. “Me hubiese encantado seguir con esa actividad; pero entre la casa, mi marido, los chicos y la perra no tengo respiro y mucho menos tiempo libre”, cuenta Mabel, entre la nostalgia y la resignación.

El momento del día que más disfruta es la hora de la cena. A pesar de llegar bastante agotada, dice que es el único instante en el que puede sentarse a compartir una charla tranquila con su familia. “Quizás una vez al mes, concluye, me doy el gusto de salir a comer afuera y los domingos el de visitar algún pariente o simplemente quedarme en la casa organizando las tareas para el resto de la semana”. (CRÍTICA)